Haití puede ser una gran descubrimiento para el amante de la pintura. Sus folletos turísticos afirman que muchas vocaciones de coleccionistas de artes han comenzado en este país.
Ciertamente, la pintura en Haití se convierte casi en un arte de vivir, invadiendo aceras, paredes y casas. Por todas partes le ofrecerán cuadros.
Serán más o menos buenos pero, sabiendo escoger, (los hay de todos los precios), se pueden descubrir auténticos tesoros. Para asegurarse, lo mejor es visitar alguna de las galerías bien instaladas.
En Puerto Príncipe, Cabo Haitiano o Jacmel, hay vendedores de arte que han seleccionado lo mejor. Si se es curioso, las calles ofrecen todas las oportunidades.
Muchos aficionados al arte han encontrado obras maestras tanto en las galerías o en las calles como en los mercados. Es cuestión de olfato… y suerte. El primer lugar a visitar es el Centro de Arte en Puerto Príncipe, donde empezó todo.
Una especie de “”Quattrocento”” del Caribe. A principios de los años cuarenta, un joven profesor norteamericano, Dewitt Peters, sucumbió al encanto de Haití.
Maravillado por la vitalidad y frescura de la pintura naif, decidió fundar un lugar donde los pintores pudieran exponer sus obras. Fue el Centro de Arte, que pronto atraería a los coleccionistas del mundo entero. Una ola de creadores invadió Puerto Príncipe, haciendo la pintura naif de Haití su entrada en la escena cultural internacional.
Este estilo pictórico surge en el siglo XIX como una manifestación sincrética de las propuestas francesas y los estilos populares, especialmente los aportados por la cultura de la raza negra.
Ya durante el siglo XX este estilo comienza a perfilarse como propiamente haitiano, destacando en las pinturas los motivos indígenas y nacionales, con vivos colores y escenas costumbristas.